El Buenos Aires colonial de 1820 amaneció frío, lluvioso y gris. Al tiempo de despuntaba el día, a las 7 de la mañana, se apagaba por siempre la vida Manuel Belgrano. Se fue con dolor. Más allá de sus dolencias físicas, atravesado por la pena de ver que esta tierra, por cuya libertad luchó en el más acabado sentido, se debatía en medio del egoísmo político, de la indiferencia social por los desposeídos, de la injusticia.
“Ay, Patria mía…” fueron sus últimas palabras, según el relato de las 3 o 4 personas que lo acompañaron hasta el final. Tenía 50 años de edad y había consagrado, su vida al sueño de una Patria próspera y justa. La lectura de sus tratados sobre economía, periodismo, justicia, agricultura y educación y de los informes que anualmente elevaba al Consulado, denotan su profundo conocimiento de las potencialidades del país aún en ciernes y de su gente. Llevó sus convicciones y su moral al campo de batalla, a la función pública, al ejercicio político e intelectual.
Concebía al trabajo, a la labranza de la tierra, al desarrollo de la industria y del comercio como el único camino para el bienestar. “El mejor medio de socorrer la mendicidad y miseria es prevenirla y atenderla en su origen”. Entendía viable “prevenir y atender a la miseria”, creando trabajo.
Este 20 de junio de 2021, a 201 años de aquel destemplado día en el que dejó de existir el creador de nuestra Enseña Patria, es preciso “socorrer la mendicidad y la miseria” generando oportunidades de trabajo, real fuente de realización individual y colectiva, de libertad y de paz social.
«Ay Patria mía…» hoy resuena desgarradora y actual.