Se cumple hoy el octavo aniversario del pontificado de Jorge Mario Bergoglio. El 13 de marzo de 2013, dio inicio el magisterio del primer Papa latinoamericano y jesuita de la historia.
Si podía anticiparse su estilo, por ese origen jesuita, el Sumo Pontífice, que eligió llamarse Francisco, lo selló con símbolos y hechos concretos. Su sencillez y mirada quedaron reflejadas desde el primer mensaje: “Y ahora querría dar la bendición,… Pero antes, antes, os pido un favor: antes de que el obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis al Señor para que me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la bendición para su Obispo. Hagamos en silencio esta oración de vosotros por mí”.
El gesto fue manifestación explícita del lugar de servidor que abrazó, y de la necesidad de caminar juntos, “fraternamente”.
Ese pedido de oración del pueblo por su pastor (repetido tantas veces en estos 8 años), sonó innovador. Y, sin dudas, Francisco es de los mayores referentes de innovación de este tiempo.
Innovación en el más acabado significado. Sustentado sobre los preceptos de la Iglesia, llamó a la humanidad toda, y en especial a los católicos, a abordar temas sustanciales de la vida humana, de su existencia hoy y a futuro. La transformación que proponen las encíclicas Laudato Sí y Fratelli Tutti; los objetivos que platean los documentos pontificios Tierra, Techo y Trabajo y Patria Grande; su permanente llamado a trabajar por una cultura del encuentro; el profundo trabajo por la confluencia interreligiosa y su visita a puntos neurálgicos del mundo en cuanto a paz se refieren, hablan de ello.
Hace tan sólo 6 días, Francisco concretó una visita histórica, para la Iglesia y para la humanidad. Fue un viaje que soñó San Juan Pablo II y no pudo concretar. Francisco besó el suelo de la tierra de Abraham, el profeta que según la tradición unió el destino de las tres grandes religiones monoteístas, fue el primer Papa en hacerlo.
A esa tierra arrasada por la guerra, impregnada de destrucción y dolor, Francisco fue con un mensaje de esperanza. Esa esperanza que se asienta en «adorar a Dios y amar al prójimo», el punto de partida para la construcción de paz.
En Ur de los Caldeos, el lugar donde según el Génesis Dios le pidió a Abrahan abandonar su patria para dirigirse a Canaán, el Pontífice se refirió a los creyentes cristianos, judíos y musulmanes como “hermanos” y descendientes del patriarca. Invitó a la unidad fraterna diciendo: “Miren juntos el mismo cielo y caminen por la misma tierra. Contemplando el mismo cielo después de milenios, aparecen las mismas estrellas. Estas iluminan las noches más oscuras porque brillan juntas. El cielo nos da así un mensaje de unidad: el altísimo que está por encima de nosotros nos invita a no separarnos nunca del hermano que está junto a nosotros”.
La paz, dijo, «no pide vencedores ni vencidos, sino hermanos y hermanas que, a pesar de los malentendidos y las heridas del pasado, pasan del conflicto a la unidad».
«No habrá paz sin compartir y aceptar, sin una justicia que garantice la equidad y la promoción de todos, empezando por los más débiles. No habrá paz si los pueblos no tienden la mano a otros pueblos».
“Después de esta visita mi alma se llena de gratitud”, sostuvo Francisco en la audiencia celebrada en la Biblioteca del Palacio Apostólico, el pasado miércoles. Así conmemora un nuevo aniversario de su llegada al sitial de Pedro, en la búsqueda incansable por la justicia y la paz.